martes, julio 11, 2006

Historias con lustre


Paseo Huérfanos. 14:25 PM. Después de un almuerzo a la rápida, comiendo alguna porquería del Dominó o de El Alemán, me dirijo de vuelta a la oficina. Mis zapatos están viejos y tienen cara de cansados. No estaría mal entregarles una lustrada en reconocimiento al trabajo de años ... ya no es como cuando estaba en el colegio y me sentaba el domingo en la tarde a lustrar mis zapatos y mi hermana patudamente me dejaba los suyos. La justificación era siempre la misma: a ti te quedan mejor que a mi. Pequeño e inocente (cuando aún me gustaba el fútbol) accedía. Los dejaba siempre impecables.

Pero en fin, me desvié del tema. Así caminando encontré al clásico lustrabotas del centro de Santiago. Por $300 pesos estos señores hacen maravillas. No tengo ninguno al que vaya recurrentemente, así que elegí a cualquiera.

Estos señores son como los taxistas, conversan y cuentas sus historias al cliente de turno. Son historias que aunque parezcan inverosímiles o absurdas, son reales, auténticas. Mi lustrabotas en esta caso, mientras yo ojeaba un ejemplar de La Cuarta, se situó a finales de los 70's, inicios de los 80's, donde había participado en una carrera de carretones (de mano) para Sábados Gigantes. Esos inventos populares del Guatón Francisco, que hacían que las tardes de los sábados pasaran más rápido, cuando no existían los mall, cuando la vida era más simple. La carrera consistía en ir desde el canal (ubicado en Bellavista), pasando por Av. Matta, hasta llegar a Las Rejas. Eso es un trayecto de unos cuantos kilómetros, unos 20 ó 30 me atrevería a decir. El amigo lustrabotas, que tenía oponentes duros y con carretones arreglados, se mantuvo en los primeros lugares durante todo el trayecto. Su carro se hacía pesado en las bajadas y ligero en las subidas, según me contaba. Atrás dejaba kilómetros, casas, quiltros callejeros y telespectadores siguiendo atentamente la carrera. Hasta que llegaron los metros finales y apostando corazón y coraje, avanzó hasta el primer lugar y ganó.

Tuvo su minuto de fama el hombre. Un corte de tela y una canasta familiar fueron sus premios. Después de 25 años, todavía lo recuerda y se emociona.