sábado, noviembre 19, 2005

Un acto de desprendimiento

El común de la gente debe trabajar. Trabajar para ganar plata, para "ganarse la vida". Que fuerte la frase (yo que pensaba que nunca me habia ganando nada). Esa plata va destinada a nuestros múltiples gastos: dividendos, alimentación, movilización, etc. A medida que pasa el tiempo, o mientras más ganamos, más gastamos: celulares, televisión por cable, ropa de marca, electrodomésticos inutiles. En esta sociedad de libre mercado, solo con plata se compran huevos. Pero a veces no es necesario comprar huevos de colores.

El otro día, a la hora de almuerzo conversaba con mi amiga Paula, que me contaba que ella feliz se cambiaría de trabajo, a trabajar en beneficencia. Su trabajo ideal es algo así como la Relacionadora Pública de la fundación "Make a Wish". Que freak, aunque menos freak mi trabajo ideal: manejar una ambulancia. Lamentablemente, los trabajos del tipo beneficencia son ad-honorem o los sueldos son bajos.

El punto es: ¿es posible hacer un acto de desprendimiento tan grande en búsqueda de felicidad? No debe de ser fácil, pero si uno lo piensa bien podríamos ser capaces de reducir nuestro tren de gastos a niveles que uno ni siquiera piensa. Evitar la imperiosa necesidad de comprar, de consumir compulsivamente cosas que no necesitamos. Si tuviera que hacerlo, vendería la televisión y eliminaría el TV Cable. Dejaría de ser tan tentado en mis viajes al Jumbo. Eliminaría el teléfono fijo, siempre y cuando no me quedara sin banda ancha (eventualmente podría bajar la velocidad). Dejaría el auto. Almorzaría en lugares más económicos. Buscaría una peluquería de luca. Cambiaría plan del celular por un prepago. No se que más haría. No se si sería suficiente.

Igual hay comodidades a las cuales uno no está dispuesto a renunciar, a menos que el arrebato de locura o el camino de santidad sea demasiado grande. En realidad no se si sería capaz de dejar el auto y subirme a una micro todos los días. No se si podría resistirme a la tentación de almorzar sushi de vez en cuando. Y obviamente no dejaría el gimnasio. No, no puedo. Estoy seducido por el poder del dinero. Gracias, Papi Lucifer.