miércoles, noviembre 23, 2005

Ojos grises

Nunca pensamos que esto terminara así. Actuamos irresponsablemente, pero en ese minuto lo pasabamos genial, eramos los reyes del mundo, como DiCaprio arriba del Titanic. Primero empezamos a salir, a recorrer las calles, a visitar los árboles, a tomar un par de cervezas, a reirnos como niños. Después marihuana. Con mayor razón nos reíamos, nos reíamos de todo, de la gente, la televisión, lo que fuera. Nos fumamos todo, nos quedamos sin plata. Y como en toda adicción incontrolable, recurrimos a las malas artes para ganar. Según nosotros eran robos inocentes, casi inmaculados. Pero en la vida real esto siempre termina mal.

Terminó mal el día que se nos cruzó esa vieja en Av. Matta. El robo parecía fácil, pero se resistió. Se aferró a su cartera negra como si fuera su vida, como si se la estuviese arrancando el diablo, llevándosela consigo por todas las indecencias que cometió en su vida. No aflojó un minuto. Maldita vieja, todavía vive y todavía le teme a la muerte. Todavía cree que hizo justicia salvando las últimas lucas del mes. Lo cuenta como anécdota, en cada té, en cada esquina, inflando su ego. Las vecinas la felicitan, la abrazan.

Nunca me contaste que tu viejo tenía esa pistola, y la sacaste como último recurso. Me asusté y solté todo, a punto de correr. Temblamos los tres. El tiempo se detuvo sólo para los dos, inexpertos, no para nuestra víctima. Sacó otra, de fogueo. Y sin darme cuenta, sin reaccionar, se lanzó sobre ti, en un movimiento extraño, descoordinado. No hubo bala, pero si mucho fuego, fuego castigador que cayó sobre tu ojo derecho. Como recuerdo tus ojos grises, como extraño tu mirada. Ya no te puedo mirar a la cara. Y ya no nos reímos como antes.